Las
palmeras susurraban con el viento del atardecer. Allí, entre dunas de arenas
impolutas, eran testigos de la belleza natural de aquel recóndito lugar. Una
pareja sentada frente a la orilla del mar se miraba fijamente a los ojos.
¿Qué
pensaría?, se preguntaba ella. ¿Me seguirá hasta el final?, curioseaba él.
Comenzaron a caminar lentamente por la playa. El sol ya no calentaba la fina
alfombra de polvo dorado. Tonos rojizos con azules celestes se fundían en el
horizonte. Minutos más tarde llegó la oscuridad.
Las
estrellas iluminaban su regreso por la pequeña y serpenteada carretera junto a
la costa que él conocía. En el coche sonaba la radio. Sí, esa canción que
tantos recuerdos le traían . Unos sonidos que a ella parecían hacerla viajar a
otro lugar. Recuerdos lejanos.
No
fue fácil para ella abandonar la comodidad de lo conocido para aventurarse en
otra cultura. Lejos, muy lejos de su hogar.
Lo
tenía todo. Eso pensó hasta que lo conoció. De familia acomodada, profesional
liberal, con una casa en propiedad y todas las facilidades de una gran ciudad
del hemisferio norte. Supo entonces que se trataba de un nuevo reto, quizás su
mayor reto. Un desafío que valdría la pena. ¿Valdría la pena? No lo sabía
realmente pero tampoco le importaba o le atormentaba la pregunta, pues sabía
que lo amaba. Lo quería en ese momento, ahora, y eso era más poderoso e
importante que cualquier duda.
Aún
así y al igual que la propia contradicción de la vida hacia la muerte, sabían
que aquel deseo del momento presente duraría bastante pero no lo suficiente
para estar en comunión durante el resto de su existencia en aquel pequeño gran
mundo lleno de alegrías y penas. Ella lo sabía, e intuía que él también.
Necesitaban
crear el suyo propio. Su mundo particular.
Estaban
a punto de entrar ya en la ciudad. Su casa estaba situada en una zona céntrica
y tendrían que atravesar el núcleo urbano aún. Era hora punta y habían tantos
semáforos en rojo como gente con prisas, obligaciones y derechos tanto propios
como impropios. No le gustaban los atascos, recordó. Y aunque el pragmatismo de
vivir en el centro era incuestionable, se había hecho la promesa de que algún
día viviría en una zona tranquila con la mayor cantidad de naturaleza a su
alrededor. Con Ella.
Inesperadamente
pero sin brusquedad puso el intermitente y salió del camino de la carretera parando en el arcén.
-
¿Pero qué haces? - preguntó ella entre la sorpresa y la preocupación. - Te
encuentras bien?
Él
sonrió.
-
Mejor que nunca. He recordado algo ! - dijo con entusiasmo.
-
Pero, ¿qué haces? - preguntó más sorprendida aún cuando vió que abría la puerta
del coche y salía de él. - Pero... - balbuceó para ella con la boca
entreabierta.
Se
quedó mirando por su ventanilla y el resto de ventanas del coche pero no
lograba distinguir hacia dónde había ido. Pasó poco menos de medio minuto,
cuando él volvió con una sonrisa en la cara que despertó la de ella aún sin
saber por qué.
-
¿Te has vuelto majara de repente? - le preguntó sonriendo, expectante.
Entonces
descubrió una rosa roja que tenía escondida tras su espalda. Hizo un gesto
entre la desaprobación por dejarla a solas, la incredulidad y el amor de tal
gesto. ¿Era amor o locura? Se preguntó, y de nuevo la pregunta se borró de su
mente por el mismo motivo de siempre. Lo quería.
Estaba
claro ya el camino a seguir. No habrían ni semáforos en rojo ni atascos
imposibles.
Autores: Kielo Bokokó y Enric Ruiz.
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